El sintonizador by José Luis Ordóñez

El sintonizador by José Luis Ordóñez

autor:José Luis Ordóñez [Ordóñez, José Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 26

LA TERCERA GRABACIÓN

La taberna es un lugar de esperanza. La gente acude para celebrar planes, ideas y propósitos que, de realizarse, mejorarían sus vidas y las de los demás. La cerveza y el vino ayudan a que todo adquiera una textura real y parezca al alcance de la mano. Por eso la gente, desde tiempos inmemoriales, acude a las tabernas: porque dan esperanza y generan la fantasía de que la Tierra no es un lugar oscuro.

Sin embargo, hay gente que también va a las tabernas en ese estado: con oscuridad en el alma, un espíritu trágico y consciente de la futilidad de la existencia.

Como Mariano José de Larra.

—Presiento… presiento el fin —dice, ajeno a la algarabía que lo rodea, con las risas, las exclamaciones y la efusividad del resto de clientes en una cercanía que resulta molesta.

Está sentado en un rincón, el más alejado del foco de ruido, pero aun así no puede estar completamente ajeno al ambiente festivo. Frente a él se sienta un joven poeta de Valladolid que, en las últimas semanas, ha tratado de verle, de compartir unas palabras, quizá recibir algunos consejos.

Es lo que le suele suceder.

Aspirantes a escritores que desean el consejo de los que ya lo son.

De los que ya lo han logrado, como ellos mismos suelen señalar.

Larra sonríe por dentro al recordar esa frase.

«Los que ya lo han logrado».

¿Qué ha logrado él? ¿Desolación, angustia, terror? ¿Son esos los elementos imprescindibles para que uno sea escritor? ¿Al menos uno de verdad, con la conciencia de su tiempo, con las preocupaciones propias de alguien racional, responsable y cabal? Y, si es así, ¿por qué todos esos jóvenes quieren seguir esa vía profesional? ¿No serían más felices en cualquier otro oficio?

O, tal vez, piensa Larra, quieren ser otro tipo de escritores. De los que buscan sencillamente el entretenimiento, la evasión, la anestesia. Tal vez deseen crear otro Amadís de Gaula y ofrecer libros de caballerías que, en lugar de exponer las terribles verdades de la realidad, las entierren a niveles profundos y tranquilizadores.

Es otra forma de ir a la taberna, supone Larra.

Pero él no es así. No podría serlo. Tiene conciencia. Responsabilidad. Y eso le hace infeliz.

Y, por eso, presiente su fin.

—No desespere, señor Larra —dice su joven acompañante—. Hay esperanza.

—La esperanza es para los locos —responde—. Y los niños.

—Todos somos niños.

—Usted desde luego lo es… o casi —precisa Larra—. Su juventud le impide conocer las desgracias del amor. Yo las conozco bien. Y sé que el amor, ese que importa y apasiona, el que te remueve por dentro e ilumina por fuera, se va. El mío, al menos.

—Mientras hay vida, hay esperanza.

—Es normal que usted piense así.

—No desespere, señor Larra —insiste el más joven de los dos.

—No desespero, joven vallisoletano, pero cuando uno conoce el amor verdadero y lo ve partir en brazos de otro… todo pierde sentido.

—Insisto, señor: no desespere.

—Asumo, eso es todo.

El mayor de los dos tiene un aire melancólico y pesimista del que no puede escapar, mientras que el otro posee toneladas de ilusión en la mirada.



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